En internet abundan las cartas dirigidas al “yo” del pasado. Son textos que suelen comenzar con frases como: “Querida yo de hace cinco años, no seas tan dura contigo misma” o “Aprende a disfrutar más”. Incluso yo he escrito alguna, hace tiempo, dirigida a mi versión veinteañera, con un tono de advertencia y cariño mezclado. Pero esta vez quiero mirar en la dirección contraria. No hacia atrás, sino hacia adelante. ¿Qué pasaría si en lugar de aconsejar a quien ya fui, intentara escribir a quien todavía no soy? ¿Qué preguntas podría hacerle? ¿Qué misterios quisiera resolver?
El tema de este mes en la comunidad donde participo es “Preséntate como eres”. Me pareció una oportunidad perfecta para explorar la idea del cambio personal, hablarle a una parte de mí que todavía no conozco y dedicarle tiempo a esa versión futura, quizá distinta, quizá sorprendente. Ese “yo” del mañana podría tener hijos o no, podría haber vivido pérdidas profundas, quizá desarrolló nuevos hábitos, descubrió pasiones inesperadas o afrontó dolores que hoy no puedo imaginar.
Cuando escribimos al pasado, partimos de la ventaja de conocer a esa persona: sus errores, sus aciertos, sus manías. Hay una seguridad casi arrogante en darle consejos a quien ya sabemos que sobrevivió. Pero ¿cómo escribimos sobre lo desconocido? ¿Cómo desarmamos las paredes que nos impiden mirar al “yo” que tal vez tememos conocer?
Hoy quiero intentarlo con intención. Quiero hacerme preguntas incómodas, enfrentar mis miedos sobre envejecer y, al mismo tiempo, dejar constancia de lo que me importa ahora. Porque, en el fondo, escribir siempre ha sido una conversación con nuestras versiones futuras: sueños, metas, curaciones y deseos que lanzamos como botellas al mar del tiempo.
Carta a mi yo del futuro
Querido yo futuro:
Te escribe tu versión del presente. Tengo treinta y cinco años. No sé qué edad tienes tú ahora. Tal vez sesenta, tal vez setenta. Imagino que has vivido una vida completa, que has sido testigo de cambios que yo ni siquiera puedo sospechar. Es raro pensar que, cuando escribo esto, tú eres tan real como yo… solo que en otro momento.
Voy a ser honesto: me cuesta escribirte porque no sé quién eres. Pero también porque, en parte, quiero contarte lo que deseo para nuestra vida. Espero que algunas de estas cosas se hayan cumplido. Por ejemplo: a veces quiero ser padre, a veces no. Quiero tener más dinero… pero también aprender a vivir bien con lo que tengo. Quiero más tiempo, como si pudiera guardarlo en una caja y abrirlo cuando me falte. Y, lo confieso, me aterra la idea de perder a las personas que amo.
Si has llegado a la vejez, sé que has vivido duelos profundos. Me pregunto si has hecho las paces con esas ausencias. Hace poco leí una frase que me quedó grabada: “Si pudiéramos honrar más la tristeza, quizá descubriríamos que es el puente que nos conecta”. Creo que siempre hemos sido personas melancólicas, con esa extraña mezcla de alegría y consciencia del paso del tiempo. ¿Aún conservas esa sensibilidad? ¿O has aprendido a mirar los días con más calma?
Quiero que, pase lo que pase, nunca olvides cuidarte. Sé que has querido y cuidado a mucha gente, pero también espero que lo hayas hecho contigo mismo. Ojalá hayas convertido las penas en algo hermoso: arte, palabras, recuerdos compartidos.
Lo que quiero que recuerdes
Quiero dejarte una lista de cosas que me gustaría que mantengas vivas en la memoria, para que, cuando leas esto, las puedas saborear otra vez:
- El placer de montar a caballo, sintiendo la fuerza y la nobleza del animal.
- La emoción de ver nuestras palabras publicadas por primera vez, como una prueba tangible de que existimos.
- La primera casa, con su pequeño jardín y el orgullo de ver el césped bien cuidado.
- Las noches de trabajo en el garaje, restaurando muebles y sintiendo que cada objeto guarda nuestra historia.
- El aroma de los tomates al sol, los veranos con nuestros sobrinos y sus risas pegajosas.
- Los viajes al mar con mamá y la familia, envueltos en la neblina de la mañana.
- Los encuentros con amigos antes de que llegaran los hijos y el tiempo se acortara.
- El deseo intenso de un cambio, como la expectativa de un nuevo capítulo.
Pero también quiero que recuerdes las partes difíciles: los meses ajustados, las cuentas que costaba pagar, la sensación de que el mundo era más pequeño de lo que queríamos recorrer. ¿Lograste viajar más? ¿O todavía sientes que hay caminos pendientes?
Tus gustos, mis gustos
De niño escribías listas de cosas favoritas solo para volver años después y reírte de lo que había cambiado. En este momento, me gustan cosas tan diversas como los podcasts de desarrollo personal, las bebidas nuevas que descubro por casualidad, los mercados de antigüedades, los catálogos llenos de objetos curiosos, escribir con plumas de colores y ver programas de televisión que tal vez no resistan el paso del tiempo. ¿Sigues disfrutando de estas pequeñas alegrías o las cambiaste por otras?
En mi agenda, cada mes anoto una lección aprendida. Algunas de las más recientes son:
- La resonancia es más importante que la perfección.
- Nada importa más que el amor y la bondad.
- Estar incómodo a veces es señal de progreso.
- Tristeza y alegría pueden convivir.
- Siempre lo estás haciendo mejor de lo que crees.
- La paciencia da frutos.
Quizá tú tengas muchas más. O tal vez ya no sientas la necesidad de anotarlas.
El presente que te construye
En este momento me considero feliz, aunque con días difíciles y hábitos que quiero mejorar. Estoy haciendo lo que puedo para que, cuando seas mayor, vivas con tranquilidad: cuidando la salud financiera, intentando no dejar que el trabajo lo ocupe todo, dedicando tiempo a quienes amo. Mi esperanza es que mi “yo” actual sea la base de tu paz futura.
Me pregunto si, cuando leas esto, internet seguirá existiendo como lo conocemos, o si estas palabras llegarán a ti en una hoja amarillenta guardada en un cajón. Tal vez, como ocurre con los mensajes en botellas, alguien las encuentre por casualidad y se pregunte quiénes éramos.
Lo único que de verdad deseo es que seas feliz, que sientas que la vida fue plena, y que las personas que te rodean reflejen la luz que tú les diste.
Con afecto,
Tu yo de treinta y cinco años
Cómo escribir tu propia carta al yo futuro
Este ejercicio me ha dado una claridad inesperada sobre quién quiero ser y hacia dónde deseo crecer. Si quieres intentarlo, aquí tienes algunas ideas:
- Escribe lo que quieres recordar. Detalles grandes y pequeños: desde un viaje especial hasta el aroma de un lugar querido.
- Incluye lo que prefieres olvidar. Las dificultades, miedos o errores que no quieres repetir.
- Haz una lista de tus cosas favoritas. Puede que el yo futuro sonría al ver lo mucho o lo poco que han cambiado.
- Describe cómo te sientes ahora mismo. Sé sincero, incluso si no es la mejor etapa.
- Anota las lecciones aprendidas. Frases cortas que resuman tu experiencia.
- Haz preguntas a tu yo futuro. Deja espacio para que esa versión pueda responderte algún día.
- Fija una fecha para abrirla. Puede ser dentro de un año, cinco o más. Guarda la carta en un lugar seguro.
No es necesario que la carta sea solemne o perfecta. Lo importante es que sea honesta, porque no está hecha para impresionar a nadie más. Es un puente entre quién eres hoy y quién podrías llegar a ser.
Reflexión final
Escribirle a tu yo del futuro es un acto de curiosidad y, en cierto modo, de amor propio. No tenemos garantía de cómo será la vida cuando llegue ese momento, pero dejar estas huellas escritas nos permite conectar las distintas versiones de nosotros mismos. Es un recordatorio de que, pase lo que pase, siempre hay algo valioso que conservar: la memoria de lo que nos hizo sentir vivos.